Hace casi un año, un veterano periodista zaragozano escribía que la ciudad estaba en una situación idónea para dar un decidido paso adelante y reclamar su lugar como referente en España. El importante desarrollo empresarial de los últimos años, el liderazgo en logística, los proyectos de movilidad sostenible, la paz social, el talento emprendedor, las buenas infraestructuras y la calidad de vida proporcionaban a Zaragoza armas como nunca ha tenido para su progreso. Doce meses después seguimos esperando que se aproveche esa oportunidad.
Nadie puede negar que, desde su toma de posesión, el nuevo alcalde de Zaragoza ha desplegado una intensa actividad… fotográfica. Sus ideas para el presente y el futuro de nuestra ciudad han sido mucho más modestas, lo que resulta sorprendente en alguien que llevaba dieciséis años preparándose para este gran momento, aunque le haya llegado tras perder las elecciones y al precio de pactar con un partido neofranquista que defiende principios abiertamente contrarios a la Constitución.
Durante este tiempo las decisiones políticas adoptadas no han sido para situar a Zaragoza de nuevo entre las mejores ciudades medias europeas. Este alcalde sonriente no ha necesitado mucho tiempo para truncar dos de las apuestas que el Ayuntamiento había hecho en la última década para ser un referente en movilidad sostenible: el tranvía y la bicicleta.
Este semestre de “antipolítica” también ha tenido su dosis para vivienda. No percibimos que al Gobierno municipal le preocupe lo mismo que a la mayoría de zaragozanos: el acceso a una vivienda digna y la emancipación de nuestros jóvenes. No ha habido política de vivienda, pero sí mucha política inmobiliaria. Reactivando unos cuantos proyectos de construcción residencial, con el pequeño defecto de ser en su mayoría para viviendas de gama media-alta.
Son solo dos ejemplos que nos inducirían justificadamente al pesimismo. Pero eso no va ni en mi forma de ser ni en la forma en que históricamente se ha comportado el municipalismo socialista. Pese a las decepciones, seguimos creyendo en el potencial de Zaragoza a poco que el liderazgo político se alinee con las aspiraciones de la gran mayoría de los zaragozanos y con las políticas de las mejores ciudades europeas. Un futuro espectacular si hablamos de sostenibilidad y lucha contra el cambio climático, de cohesión social y calidad de vida en todos los barrios, de descentralización y participación ciudadana, de cultura como herramienta de sensibilidad y sentido crítico y no como un mero entretenimiento, de innovación abierta, de empleo decente y vivienda digna para todos.
El nuevo Gobierno municipal está aún a tiempo de sumarse a la ola de reivindicación de las grandes virtudes urbanas del siglo XXI. Debería ser humilde y rectificar estos comienzos toruosos. Si lo hace, nos encontrará dispuestos a colaborar. Zaragoza se lo merece. Zaragoza tiene que prepararse durante 2020 para recuperar el dinamismo y el atrevimiento que tuvo en la década de la Expo. Es el momento.